Los desafíos del Estado de Israel
[The following article appeared in the May 18, 2010 print editions of the Spanish-language newspapers El Nuevo Día and Primera Hora.]
El 14 de mayo Estado de Israel cumple 62 años de vida, y las celebraciones ponen de relieve el sentimiento patriótico y la felicidad de sus ciudadanos; y a la vez, revelan los desafíos formidables que enfrentan como pueblo. La alegría se evidencia en los hogares, las escuelas y la comunidad. Y las preocupaciones se manifiestan en las reuniones secretas, los viajes diplomáticos a Estados Unidos y Europa, y las declaraciones oficiales.
Israel enfrenta, entre otros, los siguientes problemas inmediatos: La realidad de un Irán con capacidad nuclear; los diálogos de paz con la Autoridad Palestina, descarrilados; las dificultades ideológicas y políticas internas; la potencial deslegitimación del estado israelí por la comunidad internacional; y los conflictos latentes con Hezbolá y Hamás. ¡Esa fue la realidad que heredó Benjamín Netanyahu al jurar como primer ministro del Estado de Israel!
En el contexto de todos esos desafíos, Netanyahu debe llevar a efecto un programa de estado que mueva a Israel con efectividad a sus próximos 62 años de historia. Y ese programa, no solo debe procurar el bienestar inmediato, la integridad física de sus ciudadanos y la seguridad nacional, sino que debe preocuparse por establecer las bases para el desarrollo de un estado israelí perdurable y sostenible, en medio de las amenazas reiteradas de algunos sectores fundamentalistas y radicales del mundo islámico.
Para responder a esos retos, el primer ministro hace algunos meses hizo un gesto extraordinario: Afirmó, en el auditorio de la Universidad de Bar Ilán, frente a 2000 asistentes, y ante millones de espectadores internacionales a través de los diversos medios de comunicación, que su gobierno apoyaba el establecimiento de un estado palestino desmilitarizado al lado de Israel. Esa afirmación, que debe entenderse en el contexto de los esfuerzos y las presiones internacionales, y también como resultado de vivir décadas ocupando tierras ajenas, generó, a la vez, esperanzas y decepciones. Esperanza para la gente amante de la paz con justicia; y decepción para quienes se oponen a los procesos de paz y desean mantener la ambigüedad colonial y la injusticia actual.
Luego de esas declaraciones oficiales, los progresos no han sido muchos. Quizá esa lentitud, que en momentos es una completa paralización, se debe a las presiones del gobierno estadounidense, las reacciones de los sectores más recalcitrantes de su gobierno, la falta de acción efectiva de los grupos de oposición en Israel, los desafíos regionales, o una combinación de todas esas posibilidades.
Independientemente del origen de la parálisis, la realidad es que el tiempo pasa, y la gente que espera que se le haga justicia, se impacienta. La gran mayoría de la comunidad palestina, que tiene sus esperanzas en que los diálogos y la diplomacia sean el vehículo adecuado para alcanzar sus legítimas aspiraciones de tener un estado independiente, se frustra, desanima, defrauda, debilita…
En ese ambiente de desafíos nacionales y expectativas internacionales, se dirime el futuro de Israel y Palestina. Aunque debemos reconocer que Israel ha hecho algunas concesiones importantes, y que la Autoridad Palestina ha decidido no comenzar ningún tipo de diálogo, la verdad política es que el compromiso primordial, aunque no único, en estos procesos y conversaciones está en el gobierno israelí, pues es la potencia ocupadora de los territorios palestinos.
Y mientras el tiempo pasa, la paciencia se agota, la paz se debilita, los esfuerzos por mantener la calma entre los grupos armados se desacreditan, el respeto mutuo se esfuma, la dignidad humana se hiere, la moral social se ofende, la esperanza se ausenta… Mientras pasa el tiempo sin lograr acuerdos de paz justos, la pólvora se riega, el resentimiento aumenta, la hostilidad crece, el deseo de venganza fluye, la ansiedad incrementa, el fusil se empuña, la violencia espera, y el llanto regresa…